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Es curioso como se recuerdan las cosas, ayer una jeringa metálica trajo recuerdos frescos de mi niñez. Justo cuando la doctora preparaba una inyeccion de xilocaina para anestesiarme vino Margarita, la terrorista social de la quinta privada, a mi mente.

Margarita era una señora que siempre vestia de negro, creo yo motivo de algun luto permanente, tal y como se estilaba en aquellos tiempos donde se le guardaba memoria a los deudos de por vida. Ella era amiga de todas las señoras que vivian de la segunda hasta la septima privada de nuestro barrio, la colonia modelo. Si, era amiga de nuestras madres, pero era el enemigo publico numero uno de los niños.

Cada año me solia dar una tremenda tos de perro, de esas que casi sacas los bofes cuando toses. Era yo un niño flacucho y a mi madre le mortificaba mucho cuando comenzaba a toser porque sabia que duraria semanas con mi tos de chucho. Ya que ella veia que los jarabes no cedian la tos, era cuando Margarita entraba en accion.

Generalmente para buscar a Margarita se enviaba a un emisario calificado, es decir un hermano, hermana, primo o amigo del enfermo. Este al enterarse de que seria el encargado de traer a la terrorista de la quinta privada inmediatamente se preparaba para la encomienda. En aquel entonces también se usaba el teléfono, pero era considerado de muy mal gusto hablarle a alguien que estaba en el mismo barrio, era preferible ir a visitar a esa persona para platicar con ella que hacerlo por teléfono, por cierto teléfonos de ruedita en aquellos tiempos.

Normalmente uno ya estaba postrado en cama y no se enteraba que Margarita estaba ahi hasta que practicamente escuchabas su taconear por el pasillo, su entrada era magnanima, una sonrisa de angel y con ambas manos abrazaba una cajita metalica cromada, sus instrumento del terror.

Dentro de la cajita, el cuerpo de una jeringa metalica, varios tipos de agujas de distinto grosor y largo, asi como algodon en bola esperaban impacientes ser sacados de su letargo. El solo verla pasar el umbral de mi recamara me ponia a temblar, sabia que lo inminente venia. De dos pellizcos sacaba un trozo de algodon y los hacia bolita, luego los impregnaba en alcohol.

La temblorina me agarraba mas fuerte cuando de su caja sacaba la jeringa metálica. y casi casi puedo asegurar que me desmayaba cuando enroscaba aquellas enormes, gigantescas agujas de metal cromado y las comenzaba a sobar con el algodón impregnado en alcohol.

Inmediatamente comenzaba la chilladera, mi llanto era imparable, mas nunca incontrolable porque el drama apenas comenzaba. Mi madre me pedia me volteara para bajarme la pijama y dejar mi trasero expuesto. Sobandome la cabeza procuraba darme calma y serenidad, nada mas lejos de la realidad ante la inyectada inminente. El primer contacto del frio algodon con alcohol me congelaba todo el cuerpo, una nalgada aflojaba el musculo y la aguja hacia el resto. La jeringa tenia dos asas, como si fuera a escapar de las manos de su ejecutora.

Después del drama Margarita con una gran sonrisa solía decir: Ya vez, no dolió nada. Aquella sonrisa, aquellos anteojos de aumento con marco negro cuadrado que enmarcaban sus ojos verdes, su pelo ondulado ensortijado de corte al estilo de los 40, y su outfit negro, eran símbolos del terrorismo de las agujas. La verdad era que inyectaba muy bien, nunca quedaron rastros ni secuelas que duraran mas allá de no poderse sentar inmediatamente y la tos de perro cedía rápidamente ante los medicamentos inyectados.

Estas imagenes y recuerdos llegaron rapidamente con la imagen de aquella jeringa metalica. Desde el recuerdo de Margarita hasta los aromas de las enfermedades de antes, todo embarrado de Vicks Vaporub, polvos sulfatiazol, merthiolate, Iodex, pomada de la campana, trapitos calientes en el pecho, y sudando el eucalipto inyectado a mi cuerpo.

Para todos aquellos niños de aquel lejano 1978 o años circunvecinos de la colonia modelo, Margarita definitivamente era la Terrorista a la que todos le temíamos. Para nuestras madres después de inyectarnos era la dulce amiga que se sentaba a tomar café con ellas para luego en un pequeño sartén hervir sus instrumentos mientras platicaba con nuestras madres, preparándose así para su próxima victima.

Que hubiera sido de muchos de nosotros sin aquella terrorista social. Hoy vemos poco la solidaridad de los vecinos ante la tragedias ajenas. Antes el compromiso social estaba mas palpable y se veia mas en la comunidad, personas como Margarita habia muchas en nuestra comunidad del barrio de la Modelo. Su unica satisfaccion era el vernos correr en el barrio sanos y salvos. Su unico pago, una tasa de cafe y una platica de vecinas.

Gracias Margarita.