Los estadounidenses quieren a Pemex, lo quieren
desde que Lázaro Cárdenas lo expropió, lo quieren hoy más que nunca, y
el precio está sujeto a negociación.
El Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica ha puesto a
consideración del Gobierno mexicano el abrir pláticas sobre acuerdos
migratorios siempre y cuando esté abierta la posibilidad de la compra o
inversión extranjera en Pemex.
La respuesta del Gobierno, en su totalidad, fue abrumadora; el Congreso
dijo no, el presidente Fox dijo no, y todos sus colaboradores hicieron
estribillo en la negativa. La respuesta siempre iba acompañada de la
demagógica frase: “Pemex no se vende porque es patrimonio de los
mexicanos”.
Yo soy ciudadano mexicano, como así lo consta mi acta de nacimiento y
mi pasaporte expedido por la Secretaría de Relaciones Exteriores. Me
sorprende gratamente saber que tengo una empresa multimillonaria para
la cual hay buenos postores de compra. Como dice el viejo refrán de los
negocios: “Si te venden, compra; si te compran, vende”.
Hoy estamos todos los dueños de Pemex, es decir usted y yo, siempre y
cuando usted tenga sus papeles de ciudadanía al día, ante la cómoda
posición de venta con una oferta de por medio, esto en los mercados se
traduce como una postura favorable.
Pero veamos cuánto vale nuestra parte de Pemex. Según el último censo
del Inegi del año 2000, en aquel tiempo éramos 97.4 millones de
mexicanos, quítele o agréguele el crecimiento demográfico y podemos
cerrar cómodamente la cifra en 100 millones de ciudadanos mexicanos.
Pemex, según los últimos datos de la revista Expansión, es la empresa
número uno de nuestro País, en cuanto a su valor de activos. El
problema es que en mis treinta años de vida no he visto un solo estado
de resultados, no se me ha invitado a ninguna junta de consejo y no he
visto un solo peso de dividendo de una empresa que es mía, según lo
afirma nuestro Gobierno.
Aún así puedo conocer según esta revista su capital social: 127,919
millones de pesos, con activos que ascienden a 560,064 millones y una
deuda de 432,145 pesos. Tiene nuestra empresa buenos números,
atractivos para cualquier inversionista.
Si dividimos el número de mexicanos entre el del capital social de
nuestra empresa nos da una cantidad de 1279.19 pesos por cada mexicano.
Si a esto le agregamos nuestra posición favorable de venta, podemos
decir que yo no vendería mi acción a menos de 20 veces su valor, es
decir, pido 25,583.80 pesos por mi parte de Pemex.
He consultado también a mi familia, mi esposa pide un poco menos por su
parte, ella siempre ha sido más comerciante que yo. La parte de mi hijo
también la vendería, como tutor de ella la pondría en un fondo para
costear parte de sus estudios en escuelas particulares. Y luego luego
nos pondríamos manos a la obra a concebir un hijo para que venga con su
torta marca Pemex bajo el brazo, antes de que se acabe la oferta de los
estadounidenses. Creo que a como está el negocio del petróleo, las tecnologías
emergentes de celdas de combustible, los plásticos de origen vegetal
diseñados por medio de ingeniería genética, la nanotecnología y cientos
de avances que están tocándonos ya la puerta de nuestras casas, el
petróleo ya no será negocio en un futuro cercano.
Por otro lado, esta empresa en manos más eficientes, producirá más
riqueza al corto plazo, me darán más barata la gasolina y con más
tecnología de por medio. Como ejemplo pongo la última vez que llené mi
tanque de gasolina en Estados Unidos, hace una semana aprovechando el
dólar barato y el puente del 1 de mayo, me costó 20% más barata, y
traía aditivos y detergentes para limpiar los inyectores de a gratis, y
aparte me rindió muchísimo más que su contraparte Premium mexicana.
La oferta que hago es tentadora, sólo espero que los estadounidenses no
se hagan bola frente a la puerta de mi casa, porque puede que hasta le
suba el precio, así que: ¿Qué le parece marchante estadounidense, ¿le
entra a mi oferta, hoy que estoy baratero?
Publicado en el periódico El Imparcial, sección De Frente el 13 de Mayo del 2003.
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