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‘Grito’

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    Era ya 14 por la tarde y una amiga se acerca y me entrega la invitación, encapsulada en un sobre impecablemente blanco, grabado con el escudo del gobierno del estado en bajorrelieve y el logotipo sexenal al margen. Dentro del sobre estaba mi pase e invitación a palacio para la noche del 15 de septiembre, día del grito de independencia.

    Ansina es, diría mi tata, las coincidencias de la vida son grandes, y justamente ese 16 publicaría en este medio mi experiencia con el grito pero visto desde abajo, desde la gallola, fundido con la masa de gente (ver El Imparcial, sección editorial, 16 de Sept. 1997). Hoy sería distinto,  tendría la oportunidad de ver de cerca el ritual del grito, en el bando de los favorecidos por el sistema.

   Desde temprano tengo listo mi mejor traje y un pin de la bandera mexicana para ponerlo en la solapa. Es sorprendente como en estos días uno tiene el sentimiento de ser mas mexicano que nunca, falso patriotismo, o un nacionalismo escondido y disfrazado de banderitas en el carro, negocio y escritorio.

    Llegamos temprano a la cita, después de 1 hora de camino embotellado de gente que va a donde mismo pero con diferentes destinos fisicos, unos van arriba, otros van abajo. Pick ups, charangas, vochos, carros de lujo, importados legalmente y con calcomanía holográfica, y los siempre importados ilegalmente con calcomanía populista terminación “pafa”. Todos buscamos un lugarcito para estacionarnos, debido a mi tarjeta de invitación que charolea a un policía de vialidad, mi auto queda detrás de un Lexus ganado con el sudor del último año del sexenio y frente a una Explorer del año con asientos de piel en edición limitada grabados  con el nombre de su diseñador, lujitos que cuestan mucho pero que nuestros funcionarios se merecen.

    La entrada es por la parte trasera de palacio, nunca me había tocado entrar por ahí, una ventana sirve ahora de puerta de entrada, se tiene que hacer así debido a que enfrente esta ya la plaza llena de pueblo. Sería practicamente imposible para los funcionarios el pasar cerca del escrutinio de la gente y del pueblo, en masa el pueblo toma la conciencia de grupo, y el choteo no se haría esperar.

    El palacio luce impecable, banderas tricolores por todos lados, edecanes reparten espantasuegras, serpentinas, corsages de flores y banderas para las damas. Desde la entrada los meseros se mueven presurosos con las charolas rebosantes de canapés, jaiboles del mejor whisky de botella verde, champan, refrescos dieta y normales.

    La atención es impresionante, el vaso todavía no se vacía cuando ya te están ofreciendo otro. Pero más impresionante son las personalidades reunidas en el salón Gobernadores. Secretarios, generales, directores, empresarios del sexenio, y sus esposas e hijas luciendo sus trajes de diseñador en los mejores colores mexicanos combinables con la fecha.

    La figura central todavía no sale a saludar a su séquito, primero según la tradición debe de afinar la garganta para el grito, luego saludar a su pueblo, para después pasar al besamanos de rigor, donde los funcionarios, politicos, grillos y colados expresarán sus parabienes.

    Los cuadros de los ex-gobernadores sonorenses miran fijamente a los ocupantes del salón, cada año se han de regocijar con su presencia. Se llega la hora, la banda del estado calla sus acordes, se anuncia la presencia del señor gobernador en el balcón principal, se abren los demás balcones y los invitados del salón se arremolinan para ver hacia abajo, los de abajo ven hacia arriba, las miradas se cruzan y entrelazan, miles viendo a decenas, decenas viendo a la multitud bajo sus pies, la nostalgia recorre ya algunas caras, será su ultimo año en palacio, su última ceremonia del grito.

    Después de una retahíla de palabras del ex-comentarista de box, hoy voz oficial del sexenio, el gobernador lanza sus vivas al aire, el pueblo llega a su clímax y contesta, el salón solo escucha, los vivas son muy sordos, no los gritan a pulmón, será que les da vergüenza, no vaya a ser. Es cuestión de segundos y la campana ya repica, llama a su pueblo a la independencia, y el pueblo siempre fiel, siempre agachado, siempre en ascuas, siempre allá abajo en la turbamulta. Sigue la fiesta y estallan en el aire los cohetes multicolores iluminando las ventanas del salon y los rostros de la gente de abajo.

    El gobernador recibe la bandera del ejército, no sin antes recibir accidentalmente un tremendo astazo en la frente, no salió ileso del sexenio, hasta los del ejercito lo golpearon, pobre. Después pasa al salón, donde sus funcionarios siempre fieles lo reciben con los brazos abiertos, la cola de felicitación es grande, pero finita. Los comentadores de la radio y televisión oficial elogian las formas del evento, entrevistan al que se deja y al que esta presente, no como aquel funcionario que se fue a Las Vegas y no estuvo con su jefe hasta las ultimas.

    Vuelven los visos de nostalgia, ya a esas alturas el aura de poder se iba desvaneciendo, el espacio donde colgaría el cuadro del hoy gobernador estaba preparado, el final se acercaba ya, las maletas estaban hechas. Por eso había murmullos en la penumbra, como mencionar la otra fiesta, donde el elegido, el votado, el electo celebraba con su futuro séquito, los nombres y los puestos todavía se barajaban, pero eran pocos los elegidos que se encontraban entre los presentes de aquella noche de fiesta patria.

    El gobernador lucía contento, saludando a sus amigos, brindando con los presentes. Se le acerca su hija acompañada de un jovencito, se lo presenta y el gobernador con una mueca celosa lo saluda, y con su ceja arqueada lanza una mirada reprochadora a su ya adolescente hija.

    Los acordes de la banda vuelven a tocar, los líquidos siguen fluyendo por las gargantas anchas, las cejas siguen levitando en forma de saludo, y las tres palmadas en la espalda escuchándose por doquier. La fiesta sigue, nostálgica pero continua. Y yo soy feliz de haberla vivido, ese día compare las caras de la moneda, la del águila representante del pueblo, y la del sol, cada una dependiente de la otra, sin pueblo no hay gobierno, y sin gobierno el pueblo no se divierte.

    ¡Que viva México!

*Articulo publicado en el periódico El Imparcial, sección editorial, Columna De Frente, 15 de Sept. 1998

    Tenía tiempo ya que no asistía a una ceremonia del grito de
independencia, aproximadamente unos 10 años, el pasado 15 de septiembre me
sentí patriota y decidí ir a la plaza para revivir este momento. Después de dar
algunas vueltas por las atestadas calles del centro logré encontrar un
estacionamiento adecuado y no muy lejos de mi objetivo. Caminé por las calles
aledañas a la plaza, los sentidos se me alertaron. El olfato fue el primero que
se aguzó, comencé a oler los ricos aromas que se alzaban al aire, carne asada,
humo de carbón, pepino, manojos de cebolla tatemada y cruda, azúcar en algodón,
aceite, fritangas, harinas, tamales, menudo, pozole, frijoles, tomates,
quesadillas, tortillas, jamoncillos, cocadas, cigarro, marihuana, thiner,
resistol, alcohol, olores acres, dulces, irritantes, todo un espectro para que
mis células palparan y mis neuronas procesaran.

    Comencé a notar como la gente se congregaba, todos ibamos
hacia el mismo lugar, sin poder describir quien seguia a quien. Se ve como se
rompen generaciones, gustos y gastos, los bien vestidos se mezclan con los no
tan bien vestidos, algunos estrenan ropas nuevas, otros se ilusionan con lucir
las mismas garras de ayer, se ven tambien las chicas-maquila que gastan sus
precarios sueldos en ropas de fayuca fiadas a varios meses de trabajo arduo y
repetitivo. La brecha generacional se hace notar, los de mayor edad ven la
ceremonia como un ritual anual de patriotismo, los nuevos padres de familia
llevan a sus retoños para inculcarles el ritual de los viejos.

    Los jóvenes se dividen en pareceres, deberes y quereres.
Algunos se ve que van al desmadre, a tirar barra, a pasarsela bien, se llevan a
la morrita y a su acople, asi como un que otro vidrio escondido para inflar.
Salen a relucir los pandilleros, los hombres ropa, aquellos que se juntan para
buscar identidad de grupo, identidad que sale sobrando en este día. Ellos se
pasean en fila india, soplando cornetitas, empujando a la raza, siempre
haciéndose notar. A lo lejos los vigilan los guardianes de la ley, los cuales
solo checan por mientras para ver que no se propasen demasiado. Sobresale su
vestimenta, las camisetas negras, marrón y blancas, con las guadalupanas
litografiadas en el lomo, los pantalones aguados con el tiro hasta la rodilla,
como los que le sobraron al muertito, el cinto extragrande con medio metro
sobrando, colgando por un lado muy a la Tin Tan y sus zapatos tipo Kung Fu,
para darle como el mitológico Mercurio, alas a los pies. En el cuerpo se notan
sus heridas de combate, el estético resalta a la vista con los múltiples aretes
en las orejas y en algunas muchachitas hasta en el ombligo, dando una imagen
muy a la Madonna. Todo esto es un colage de trapos, metales, harapos y textiles
que identifica, y separa del resto al grupo, les da su estilo muy estilero, muy
como ellos quieren verse, muy diferente, muy a su manera joven de ver las
cosas.

    Vuelvo mi atención hacia lo que fui, se acerca la hora
indicada para el grito, son las 10:40 pm, trato de llegar lo más rápido posible
a algún lugar que me de acceso a una vista hacia el balcón principal de
palacio. Es un espectáculo que no me quiero perder. Esto me cuesta mucho
trabajo, entre empujones, resbalones, pellizcos, zapes, cabezazos, codazos,
manazos, aplastones, y embarrones trato de llegar a donde me propongo. A mis
sentidos llegan ahora otra clase de olores, se combina el olor del sudor, de la
raza, del perfume caro, del perfume barato, de la colonia brutal, del after
shave, del pantalón nuevo, del agua encharcada, del pañal tirado en el mosaico de
la plaza, del mango con chile que se come la señora y que accidentalmente
embarra en mi camisa. Cuando por fin llego y me coloco en mi lugar para ver el
grito, siento algo que mencionan mucho y que no había tenido la oportundiad de
sentirlo por mí mismo, es el calor humano,
ese calor que despide la masa en su conjunto, los cuerpos al unísono, la
congregación del pueblo. Recuerdo que ese día hacia un fresco muy bonito, pero
no ahí, no en medio de la plaza, ahí se sentía un verdadero calor humano,
cuando corría un poco de aire se escuchaba un “ahh” de alivio
general, luego se apesadumbraba la atmosfera y volvía otra vez ese calor humano
bochornoso, pegajoso, sudoroso, pero en fin, calor humano del bueno.

    El contacto con la gente se vuelve mayor conforme se acerca
la hora, las puertas de los balcones se abren de par en par y los trajeados y
la gente ahora si “bien” vestida, salen al balcón a dar al pueblo una
vista de lo que son y de lo que representan ser. Los trajes azules, negros,
grises, caquis, y los vestidos de noche de colores verdaderamente patrióticos
relucen entre los balconeados. Este es un verdadero momento de triunfo para
ellos, el de ver una vez más al pueblo congregado y rindiendo un tributo a la
patria. Se ve en sus caras de felicidad, en la forma en que ven hacia abajo, en
sus miradas perdidas sobre las cabezas del pueblo, tratando de identificar a
alguien que no encuentran. Como escenario auditivo, la banda del estado toca
tonadas alegres, de pronto un locutor de voz conocida comienza a recitar
demagogia, demagogia pura, puro rollo dicen los cholos, puro bluff dicen los
jóvenes bien, que ya se calle que me ataranta dicen los viejos.  De verdad parece que no se cansa de inventar
palabras nuevas y raras este señor,  no
se  entiende ni se escucha forma a lo que
dice, nomás como que aturde e hipnotiza con tanta habladera.

    Por fin sale el mandatario estatal, y es recibido con más
demagogia y alabanzas del locutor. En el balcón principal se encuentran los
altos generales del estado mayor presidencial, muy uniformados de gala, está
también la familia del mandatario, el presidente municipal que apenas y alcanza
a asomar la cabeza, y por todos lados flanquean los guaruras con mirada alerta,
trajes grises, microfonitos en las solapas y bocinitas disimuladas dentro de su
oreja izquierda. El señor protagonista se hecha el grito con voz muy norteña,
marcada y recalcada, como verdadero macho mexicano sonorense, con un estilo que
sólo se ve en las películas de Jorge Negrete. El pueblo entra en un éxtasis, grita
al unísono los vivas, uno tras otro los gritos se congelan en el aire, y se
olvidan por breves segundos los empujones, los buenos y malos olores, el
bochorno, el calor, la brisa, el aire fresco, los huevazos harinados, el
chillido del escuicle que no se esta sosiego, la rateada de la cartera, los
zapes, las cornetitas, las guadalupanas, los paliacates, los cholos y hasta se
olvida a la raza.

    Ya que terminan las fanfarrias a los héroes que nos dieron
patria e independencia un señor grita a lo lejos:  !Y que Viva Colosio y el Guati!, y más que
pronto le contestan los que lo escucharon: !Que Vivan!, convirtiendo asi por
breves momentos en héroes y mártires a estos personajes de la nueva
independencia partidista-gobiernista-municipalista. Después de tantos gritos y
vivas desgarrantes, se vuelve de nuevo a la anterior normalidad y el demagógico
locutor anuncia los juegos pirotécnicos. Entonces comienzan a surcar por los
aires los cohetes multicolores que explotan y dan vida a cientos de luces. Es
aquí cuando encuentro por fin un denominador común: los ojos de la gente, de
toda la gente, la balconeada, la de la plaza, la de los puestos, la de los
pasillos, la del balcón grande, los hechos bola, los que toman cebada, arenita,
refresco, whisky, vino rosado, los que visten nuevo, o los que se revisten con
usado, muy usado, los que saben leer y escribir y tienen colgados titulos en su
pared, o los que simplemente son analfabetos, los de ojos choros, chinos,
etnoides, redondos, bizcos, tiesos, miopes o astigmados, en todos ellos veo
como se reflejan las luces multicolores que por momentos hacen olvidar a los
modernos anti-héroes que nos quitaron parte de nuestra patria, de su patria.

     Todo termina en un
zipi zape, trato de salir lo más pronto posible de donde estoy, necesito de
aire fresco, el calor humano narcotiza, es bueno por momentos, pero su consumo
excesivo bloquea totalmente todos los sentidos. La euforia continua en la
plaza, los puestos siguen vendiendo, la gente sigue comprando en la verbena
popular. En las calles contiguas, algunos policías se desquitan a macanazos con
los pobres pandilleros que nunca nada hacen. Los globeros, bandereros, y los
algodoneros siguen gritando ya lo último que les queda de fuerza y de
mercancía, “llévese su globo de power ranger a medio precio para su hijo
seño” me dice un globero bilingüe, bajo mi negación, el se retira, y yo
continúo con mi camino hacia mi carro que me espera con un vidrio roto y un
estéreo menos. !Y que viva México!

*Articulo publicado en el periódico El Imparcial, sección
editorial, Columna De Frente, 16 de Sept. 1997, tomado de la publicación original que hice en el Semanario Primera Plana el 15 de Sept. de 1995.

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El verdadero grito del mexicano.