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Recuerdo muy bien las palabras del comerciante judío Mr. Braut: “Si tu tienes un dolar y yo otro dolar y los intercambiamos en actos de comercio, ambos tendremos un dolar, pero si tu tienes una idea y yo otra idea y las intercambiamos ambos tendremos dos ideas.”

Sencillo su planteamiento pero muy cierto, el también me enseño al fragor de una negociación: “mira, todo mundo pide calidad, precio y entrega inmediata, no se puede, de los tres te pido que escojas dos y te los cumplo”.

Me acordé de Mr. Braut y sus frases porque coincidieron varias cosas en mi día, una calceta con un agujero y un artículo de Fortune de su sección David vs Goliath.

¿Quien en su sano juicio no detesta a los calzones que se les vencen los elasticos, los calcetines aguados y los agujeros en las calcetas?

La familia Cabot (vermont, EU) tiene fabricando calcetas desde 1978, sus fábricas surtieron los principales anaqueles y marcas durante muchos años, pero ante la competencia por precio muchos de sus clientes se fueron a paises asiáticos a fabricar sus calcetas, ante esta caída muchas empresas hubieran cerrado, pero los Cabot decidieron tomar otro camino, fabricar una calceta con garantía de por vida.

Su secreto fue utilizar lana Merino y un punto más fino de tejido, haciendo unas calcetas resistentes y comodas a la vez, su marca Darn Though Vermont hoy representa dos terceras partes de sus ventas que ascienden a 12mdd. Nada mal no por un par de calcetines de 20 dolares!

La moraleja, donde uno ve un agujero otros ven una oportunidad de negocios

Lección: calidad y disponibilidad, precio alto. Me dan dos de las tres cosas que suelo pedir, trato hecho.

Fuente:

Fortune Magazine.

Foto: goodhousekeeping

 

 

Nuestro viaje anual era todo un suceso, casi todos
los años lo hacíamos; la travesía era de Hermosillo a Los Mochis. El
viaje era largo y tedioso, pero había chispas de desenfado.

Cuando pasábamos por Guaymas era divisar sus inmensos cerros con formas
caprichosas como la de una cabeza de elefante. Luego ver el mar partido
en dos con un entonces espectacular puente donde la gente tiraba el
anzuelazo. Ahí me hacía el valiente, le decía a mi papá que yo
fácilmente me tiraba un clavado del puente como “Aquaman”. Un día mi
padre paró en seco el carro y me dijo que me tirara, por supuesto que
me solté llorando al ver la altura y ellos se divirtieron buena parte
del camino conmigo.

 La llegada a comer birria en Navojoa era de rigor, birria tipo maya,
hecha en cazuela de barro y enterrada en un hoyo cubierta de hojas de
plátano. Cruzar los grandes ríos de nuestro Estado era comenzar a vivir
un poco el clima subtropical, los ríos Yaqui y el Mayo. La alameda que
daba la bienvenida en Navojoa era preciosa.

Luego comenzaba el aburrimiento de nuevo, las revisiones de rigor en
Estación Don, y el cruce de estados, donde mis padres de sangre
sinaloense comenzaban a atacar a los hijos nacidos en Sonora con
“carrilla” sobre las grandezas de su Estado natal. Mi madre bajaba la
ventana y respiraba profundo diciendo que el aire era más puro que el
de Sonora.

Pasando una sierra antes del ejido El Carrizo, había un grupo de
huelguistas, al parecer era una bodega agrícola o despepitadora de
algodón que ya tenía años con la bandera rojinegra colgada. Al
principio, un grupo de trabajadores estaban apostados en la puerta con
una bandera que cambiaban seguido porque sus colores no se desteñían,
la fábrica lucía impresionante pasando ese cerco, el cual resguardaban
con celo los trabajadores.

Mi padre pasaba y bajaba el vidrio del carro gritando: ¡“Ahi les va a
llegar el cheque…!”, los trabajadores alborotados le rechiflaban y
regresaban el cumplido de mi padre con señas y sonidos de cazuelas.

Los años pasaron y cada año se repetía la misma historia, algunas cosas
cambiaban, los álamos de Navojoa se secaron, los ríos se fueron
haciendo más angostos, el libramiento hizo del puente una anacronía.
Las carreteras que antes eran gratis ahora eran de paga, éstas se
ensancharon a cuatro carriles haciendo el viaje más seguro y rápido,
por otro lado los retenes militares y federales se multiplicaron.

Pero los cambios más notables se daban en aquella fábrica, el grupo
huelguista iba disminuyendo año con año y la fábrica se iba
consumiendo; primero desaparecieron los cercos, ventanas y puertas,
después los motores eléctricos, los transformadores, los cableados, las
tuberías y estructuras que la hacían tan atractiva, tan viva.
Finalmente sus láminas del techo se esfumaron, víctimas de los
huracanes y del mismo canibalismo de los trabajadores.

La bandera rojinegra iba cada año destiñéndose más, simbólicamente
colgada en lo único que quedaba de cerco que era la puerta de entrada
de la fábrica. En los últimos viajes familiares ya sólo estaba un
solitario huelguista bajo una raída carpa sentado en una poltrona y
casi siempre con una taza de café en la mano. Mi padre ya no les
gritaba porque difícilmente obtendría una porra como la que le daban
antes, eso le quitaba el chiste a su protesta.

En un principio para mí esto era un chiste, hoy comprendo que las
huelgas sólo lastiman y hieren a los dos bandos que conforman una
empresa. Por un lado, familias se quedan sin su sustento, por otro los
activos del empresario se depredan, envejecen y finalmente desaparecen,
acabando así de tajo con la generación de riqueza.

Hace poco circulando por la ciudad vi una bandera rojinegra colgada
fuera del organismo administrador de agua, trabajadores fuera del
edificio tomaban café y se amontonaban bajo una reluciente carpa.
Tentado estuve en gritarles la consigna de mi padre, pero mi velocidad
era baja y temí por mi seguridad personal.

Ahora sólo espero que por el amor de Dios y por el amor que los
trabajadores y administradores de esta empresa paramunicipal puedan
tener por su ciudad y sus habitantes ya detengan esta lucha intestina
de poder que sólo nos daña a todos nosotros, nuestros hijos, nuestras
familias y a nuestras empresas.

La desesperación puede llevar a la depredación de activos, de hecho
éstos ya se están dañando por falta de mantenimiento adecuado y uso. En
este caso la empresa nos pertenece a todos y no podemos, no debemos
dejar que nos endosen una factura que no estaremos dispuestos a pagar.

*Articulo publicado el 1 de Abril del 2003 en el periódico El Imparcial, sección Editorial De Frente.

Los estadounidenses quieren a Pemex, lo quieren
desde que Lázaro Cárdenas lo expropió, lo quieren hoy más que nunca, y
el precio está sujeto a negociación.

El Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica ha puesto a
consideración del Gobierno mexicano el abrir pláticas sobre acuerdos
migratorios siempre y cuando esté abierta la posibilidad de la compra o
inversión extranjera en Pemex.

La respuesta del Gobierno, en su totalidad, fue abrumadora; el Congreso
dijo no, el presidente Fox dijo no, y todos sus colaboradores hicieron
estribillo en la negativa. La respuesta siempre iba acompañada de la
demagógica frase: “Pemex no se vende porque es patrimonio de los
mexicanos”.

Yo soy ciudadano mexicano, como así lo consta mi acta de nacimiento y
mi pasaporte expedido por la Secretaría de Relaciones Exteriores. Me
sorprende gratamente saber que tengo una empresa multimillonaria para
la cual hay buenos postores de compra. Como dice el viejo refrán de los
negocios: “Si te venden, compra; si te compran, vende”.

Hoy estamos todos los dueños de Pemex, es decir usted y yo, siempre y
cuando usted tenga sus papeles de ciudadanía al día, ante la cómoda
posición de venta con una oferta de por medio, esto en los mercados se
traduce como una postura favorable.

Pero veamos cuánto vale nuestra parte de Pemex. Según el último censo
del Inegi del año 2000, en aquel tiempo éramos 97.4 millones de
mexicanos, quítele o agréguele el crecimiento demográfico y podemos
cerrar cómodamente la cifra en 100 millones de ciudadanos mexicanos.

Pemex, según los últimos datos de la revista Expansión, es la empresa
número uno de nuestro País, en cuanto a su valor de activos. El
problema es que en mis treinta años de vida no he visto un solo estado
de resultados, no se me ha invitado a ninguna junta de consejo y no he
visto un solo peso de dividendo de una empresa que es mía, según lo
afirma nuestro Gobierno.

Aún así puedo conocer según esta revista su capital social: 127,919
millones de pesos, con activos que ascienden a 560,064 millones y una
deuda de 432,145 pesos. Tiene nuestra empresa buenos números,
atractivos para cualquier inversionista.

Si dividimos el número de mexicanos entre el del capital social de
nuestra empresa nos da una cantidad de 1279.19 pesos por cada mexicano.
Si a esto le agregamos nuestra posición favorable de venta, podemos
decir que yo no vendería mi acción a menos de 20 veces su valor, es
decir, pido 25,583.80 pesos por mi parte de Pemex.

He consultado también a mi familia, mi esposa pide un poco menos por su
parte, ella siempre ha sido más comerciante que yo. La parte de mi hijo
también la vendería, como tutor de ella la pondría en un fondo para
costear parte de sus estudios en escuelas particulares. Y luego luego
nos pondríamos manos a la obra a concebir un hijo para que venga con su
torta marca Pemex bajo el brazo, antes de que se acabe la oferta de los
estadounidenses.    Creo que a como está el negocio del petróleo, las tecnologías
emergentes de celdas de combustible, los plásticos de origen vegetal
diseñados por medio de ingeniería genética, la nanotecnología y cientos
de avances que están tocándonos ya la puerta de nuestras casas, el
petróleo ya no será negocio en un futuro cercano.

Por otro lado, esta empresa en manos más eficientes, producirá más
riqueza al corto plazo, me darán más barata la gasolina y con más
tecnología de por medio. Como ejemplo pongo la última vez que llené mi
tanque de gasolina en Estados Unidos, hace una semana aprovechando el
dólar barato y el puente del 1 de mayo, me costó 20% más barata, y
traía aditivos y detergentes para limpiar los inyectores de a gratis, y
aparte me rindió muchísimo más que su contraparte Premium mexicana.

La oferta que hago es tentadora, sólo espero que los estadounidenses no
se hagan bola frente a la puerta de mi casa, porque puede que hasta le
suba el precio, así que: ¿Qué le parece marchante estadounidense, ¿le
entra a mi oferta, hoy que estoy baratero?

Publicado en el periódico El Imparcial, sección De Frente el 13 de Mayo del 2003.